Cómo editar tus fotos sin perder naturalidad
Por Lucas Scheider — Kriterium
El retoque fotográfico es un tema fascinante… y también peligroso.
Porque muchas veces, lo que arruina una buena foto no es el error técnico al disparar, sino el exceso de edición después.
Todos lo hemos visto:
un brazo que aparece duplicado,
una piel sin textura,
un ombligo borrado (como aquella famosa portada de revista de hace unos años).
Son errores burdos, pero muy comunes.
Y casi siempre tienen una raíz en común: la falta de criterio.
El criterio antes que el pincel
Editar una foto no es aplicar filtros ni borrar todo lo que molesta.
Es decidir qué merece quedarse y qué no.
Y eso requiere criterio, paciencia y sensibilidad.
Yo siempre digo que hay dos grandes etapas:
el revelado y el retoque.
El revelado tiene que ver con extraer y trabajar la mayor cantidad de información posible de la imagen. Es el momento de rescatar luces, sombras, color, textura.
El retoque, en cambio, es más quirúrgico: tiene que ver con elegir qué mostrar, cómo hacerlo y hasta dónde modificar lo que decidiste revelar.
Ahí entran en juego el estilo, el ambiente, la intención.
Cada decisión visual tiene que tener un porqué.
Qué cambiar y qué no cambiar
Para mí, la regla es simple:
solo se retoca lo que puede desaparecer naturalmente en poco tiempo.
Si hay una imperfección pasajera —un granito, una marca momentánea, una ojera fuerte por cansancio—, podés corregirla.
Pero si borrás un lunar, una cicatriz o algo que forma parte real de la persona, estás inventando una nueva versión que no existe.
Y ahí se pierde la verdad de la imagen.
La fotografía tiene que mejorar la realidad, no reemplazarla.
Cómo guiar la mirada
Editar bien también es aprender a dirigir la atención del espectador.
Podés hacerlo de muchas maneras:
por textura, por color, por tono, por luminosidad, o por saturación.
El ojo siempre se va a donde hay contraste o diferencia.
Y si entendés eso, podés usar la edición para contar sin exagerar.
Errores comunes
Uno de los errores más frecuentes que veo es no dejar reposar la foto.
Editan, editan, editan… y nunca se detienen a mirar.
Cuando terminás un retoque, es fundamental dejarlo descansar, volver a mirarlo al día siguiente, y ver si realmente era necesario tanto ajuste.
El otro error es no tener claro un norte.
No es lo mismo editar para una campaña de beauty que para un retrato personal o un trabajo documental.
Cada tipo de imagen tiene su propio lenguaje.
Y si perdés de vista el objetivo, es muy fácil pasarte del límite.
Herramientas y flujo
Yo separo mis procesos en dos etapas bien definidas:
Revelado: lo hago siempre en Lightroom, para sacar el máximo potencial de la imagen original.
Retoque: lo realizo en Photoshop, desde la computadora, para los detalles finos o composiciones complejas.
Cada herramienta cumple su rol.
Y lo importante es no usar ninguna de más.
La edición debería ser como el maquillaje en una buena película:
invisible, precisa y coherente con la historia.
El retoque tiene que amplificar tu mirada, no reemplazarla.
Y en Kriterium, eso es lo que enseñamos:
a mirar, decidir y trabajar con criterio,
para que tus fotos sigan pareciendo tuyas…
incluso después de pasarlas por Photoshop.

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